¿Por qué enseño Historia? Esa es la pregunta que me asalta a diario. Se me ocurre una respuesta simple: para no vivir atrapado en el tiempo, como Bill Murray en esa estupenda película de 1993.
Sin embargo, todos sabemos que no es la respuesta adecuada, conocer la Historia no nos libra de vivir atrapados en el tiempo, de hecho, aunque nos aporta las enseñanzas suficientes como para no volver a cometer los mismos errores una y otra vez, esa no deja de ser nuestra actitud vital.
Enseñamos a nuestros descendientes la historia propia y la de otros pueblos para hacerlos conscientes de que son parte de la gran corriente de la historia humana, de un proceso que se inició hace miles de años y por el que han transitado pueblos y civilizaciones distintos a los nuestros.
Como dijo Eric Hobsbawm (reverencia, por favor) sobre el conocimiento del pasado éste es la clave del “código genético por el cual cada generación reproduce sus sucesores y ordena sus relaciones. De ahí la significación de lo viejo, que representa la sabiduría no sólo en términos de una larga experiencia acumulada, sino la memoria de cómo eran las cosas, cómo fueron hechas y, por lo tanto, de cómo deberían hacerse”.
Decía antes que se trata de no vivir atrapados en el tiempo, por ello es necesario hacernos conscientes de nuestra historicidad: las vidas de los seres humanos se desarrollan en el tiempo, en el tiempo tienen lugar los acontecimientos y los sucesos, en el tiempo se construye la Historia; más o menos algo así afirmaba Charles Samaran. Individuos, grupos, generación tras generación, necesitan ubicarse en su tiempo, en nuestro/su presente, ese que, de modo inexorable ayudará construir su perspectiva del pasado y sus expectativas del futuro. La dimensión histórica, con su ineludible juego entre el presente, el pasado y el futuro, es el ámbito donde los seres humanos adquieren conciencia de la temporalidad y de las distintas formas en que ésta se manifiesta en los individuos y en los grupos con los que éste se vincula.
No conocer la Historia posibilita que, como decía George Orwell en 1984
Quien controla el presente controla el pasado y quien controla el pasado controlará el futuro

El proceso histórico, además de desarrollarse en un contexto temporal, requiere de un contexto espacial. Tiempo y espacio son los dos ejes del acontecer histórico. Los sucesos históricos, ya fijados en el tiempo, tienen que ser ubicados en el lugar donde ocurren, deben ser registrados en una geografía precisa. Cualquier persona que se acerca al pasado, y con más razón el historiador, está obligada a conocer la geografía del lugar donde ocurrieron los hechos y a dar cuenta de las características de ese espacio. De ahí, que, por lo general, nuestra asignatura, en la enseñanza secundaria se denomine Geografía e Historia
El conocimiento de la Historia, sobre todo, destaca la naturaleza social de los seres humanos, nos acerca a la construcciones físicas y sociales que contribuyeron a soldar los lazos sociales: la lengua, los rasgos étnicos, el territorio, las relaciones familiares, la organización política… Como dice Enrique Florescano «la historia es el saber que da cuenta de las raíces profundas que sostienen las sociedades, las naciones y las culturas y, asimismo, es la disciplina que esclarece el pasado de los individuos: es el saber que desvela las raíces sociales del ser humano»
Hasta ahora he citado autores con los que me identifico o cuyo pensamiento suscribo en buena medida, pero ¿y yo mismo? ¿qué digo yo sobre esta materia, sobre su enseñanza, sobre su desconocimiento? Momentos tensos de nuestra historia, como los que hemos vivido en este último trimestre de 2017, nos ayudan a percatarnos de la importancia de la historia y de su enseñanza, de la necesidad de ir hacia la objetividad en el conocimiento histórico (utopía) y, sobre todo, del peligro que supone su manipulación en manos de políticos y personajes de toda jaez , una manipulación que pervierte su conocimiento y que, sobre todo, sólo sirve para provocar el enfrentamiento y avivar la llama del fascismo.
[Para la redacción de este texto me he basado en el artículo «Para qué enseñar la Historia» de Enrique Florescano]